lunes, 6 de diciembre de 2010

Esta es la historia de otro Matías.



Matías vive en un asentamiento con su pareja y un hijo de menos de un año. El fin de semana construyó junto a voluntarios del techo su nueva casa. Hasta ese entonces estaba viviendo en la casa de su cuñado, un rancho de costanero y chapas, bastante prolijo pero en condiciones muy precarias. Como tantas otras familias ese fin de semana trabajó hasta el cansancio y no paraba de pensar en mejoras y arreglos para la casa y el terreno. Se nota que Matías tuvo una educación, es muy amable y charla de las cosas de la vida como uno más de los voluntarios. Esa historia tienen mucho más para contar, pero yo me detuve en otra cosa: Matías habla con un leve tartamudeo y tiene una cicatriz en el cuello. No pude dejar de notarlo y luego de que hubo un poco de confianza le pregunté que le había pasado.

Su vida transcurría normalmente hasta el año, año y medio, cuando se supone los bebés comienzan a decir sus primeras palabras. Ahí sus padres notaron que algo no iba bien, que Matías estaba mudo. Su tratamiento requirió de un año y medio de internación continua, con una traqueotomía incluida. En ese tiempo sus padres estuvieron viviendo prácticamente en el hospital y haciendo lo imposible para que el niño se recuperara, y así lo hizo. Los primeros años marcaron muchas cosas de la vida de Matías, quien iba a la escuela con un pañuelo en el cuello, a la altura de la herida porque ésta segregaba un pus y un líquido poco agradable a la vista. Como consecuencia de esto los demás niños no querían jugar con él, no eran indiferentes a él, elegían excluirlo del grupo por lo que pasaba su tiempo solo. La gran contención sicológica se la daban sus padres en la casa. Además de esto los médicos sostenían que iba a tener problemas de aprendizaje por el tema de la enfermedad y por estar un año atrasado. Matías siguió adelante, sus padres le dieron le apoyo para que lo hiciera.

Así Matías terminó la escuela, fue hasta tercero de liceo y hizo tres años más de UTU. Hoy vive en un asentamiento, ha trabajado en muchas cosas, ahora descarga en el puerto. El sentido de su esfuerzo es su familia, su pareja e hijo. Este Matías, tiene la voluntad de salir adelante, encontró sentido a ese sufrimiento y de a poco va encontrando oportunidades para hacer, lo que otros Matías no pudieron.

Todos los que matan a Matías

Por Andrea Homene * Página 12

A Matías Berardi lo asesinaron, el martes de la semana pasada, según dicen hasta el momento los investigadores, los miembros de una familia que lo habían secuestrado para pedir 500 pesos de rescate: atrocidad injustificable que merece la más enérgica condena. Pero no fueron sólo ellos quienes terminaron con la vida de este chico de 16 años. A Matías lo asesinaron los vecinos, que lo vieron correr desesperado pidiendo ayuda pero, como era perseguido por otras personas que gritaban que les había robado (luego se sabría que eran sus secuestradores), no intervinieron para asistirlo.

También lo asesinaron los periodistas que instalan en el imaginario del público la idea de que los jóvenes son los responsables de todos los problemas de inseguridad. El remisero que no dudó en huir cuando vio al joven acercarse a su automóvil con intenciones de abordarlo también lo asesinó.

Lo mataron además quienes vieron cómo Matías era finalmente interceptado por un automóvil, subido a golpes, y no hicieron nada para evitarlo. También lo mató la policía, que alertada “porque un menor intentó asaltar a un remisero y luego fue subido a un auto”, hizo un breve recorrido por el barrio y se retiró. A Matías lo mató la clase media, que construye bunkers rodeados por doble alambrado electrificado para subrayar las diferencias entre un adentro habitado por los buenos ciudadanos y un afuera infectado de “malvivientes”.

Matías murió por ser un adolescente. Cargó, por un instante breve y fatal de su vida, con el estigma que cargan miles de adolescentes como él, que continuamente son agredidos, despreciados, maltratados, humillados, por los buenos ciudadanos que pagan sus impuestos y que reclaman airadamente bajar la edad de imputabilidad, endurecer las condenas (como si ser un adolescente de clase baja sin futuro ni ilusiones no fuera condena suficiente), que no salgan nunca más de la cárcel.

Existe otro Matías. Lo conozco. Está cumpliendo una probation. No vive en un barrio privado, no juega rugby, no asiste a un colegio bilingüe. Es morocho. Todos los días sale a vender productos de limpieza por la calle. Y casi todos los días la policía lo para, lo obliga a ponerse contra la pared, le hace abrir las piernas, someterse a la requisa, abrir su mochila, dejar caer su mercadería, soportar que se la pateen y juntar lo que queda de ella sin decir una sola palabra, porque, al menor atisbo de protesta por el atropello, pueden llevarlo a la comisaría por “resistencia a la autoridad”. Cualquier conflicto le haría perder la probation y podría derivar en su detención. El sabe que no puede reaccionar ante el funcionario policial; no puede defender su derecho a querer darle un curso diferente a su vida, a ganar honestamente el sustento de su familia. Debe callar y juntar del piso su mercadería pisoteada.

Los que creyeron que el otro Matías era un ladrón consideraron justo que fuera perseguido por sus presuntas víctimas y empujado al interior de un auto. A nadie se le ocurrió que, aun cuando hubiera cometido un delito, debía ser protegido de la persecución justiciera. Es más, si hubiera sido un ladrón, y sus víctimas, como ha sucedido, hubieran hecho “justicia” por mano propia, el discurso social ante la muerte del chico hubiera sido muy diferente. Los homicidas hubieran sido considerados casi como héroes. Difícilmente se hubiera establecido su responsabilidad y en el caso de que fueran identificados, un buen abogado habría logrado probar el “estado de emoción violenta” y así la inimputabilidad.

El otro Matías trata de sobrevivir en un medio que le es hostil y, cuando le pregunto qué necesita, contesta: “Una vida nueva”. Con este Matías, intentamos aún reparar todo el daño que se le ha hecho; que pueda algún día ilusionarse, desear, imaginar una vida en la que pueda andar libremente por la calle, trabajar, ir a bailar, sin tener que agachar la cabeza cuando la mirada del otro le dirige desprecio y burla.

* Psicoanalista. Perito psicóloga en una defensoría oficial del conurbano bonaerense.

Canción para Juan Matías – Larbanois Carrero


Es esta la simple historia de Juan Matias
Que gracias a una creciente tuvo su dia
Matías que pasa el año entre la basura
Reciclando ilusiones y desventuras

Un hombre con 8 hijos casi descalzos
Amontonando botellas junto a un barranco
Y allá a lo lejos del centro orillando el rio
Su aripoca de lata no ataja el frio

Sabe dios porque extraño acontecimiento
El rio creció de pronto y lo halló durmiendo
Su aripoca de lata se hizo chalana
Y se fue aguas abajo por la mañana

A la tarde mostraban los noticieros
Las miserias cotidianas que ayer no vieron
Matías aparecía en primera plana
Y el rio andaba asomándose a las ventanas

Qué infortunio, Matías, cuánta injusticia
tener que esperar que llueva pa ser noticia
Cruel destino, Matías, el de los pobres
tener que perder lo poco pa que los nombren

Qué tristeza, Matías los inundados
¿Cuánto crees que demoren en olvidarlos?
Cuando abajen las aguas quedará el barro
y en el barro Matías solo y pensando
Esperando